Si por cada libro infantil autopublicado se formara un lector, viviríamos en otro país.
Pero no es así.
Cada semana, sin falta, alguien me escribe para mostrarme su “nuevo libro para niños”. La mayoría no tiene formación en literatura infantil, no conoce el oficio ni ha leído a los referentes que sostienen este campo.
¿Y lo más preocupante? Que muchas de esas personas quieren hablarle a la infancia sin haberla escuchado nunca.
Y mientras tanto, la red de bibliotecas en Puerto Rico sigue siendo frágil y desigual.
Muchas escuelas —tanto públicas como privadas— ya no tienen biblioteca, o la tienen en desuso. En la mayoría de los municipios ni siquiera se conoce la existencia de una biblioteca pública activa. Las que sí resisten lo hacen con pocos recursos y mucho esfuerzo.
A eso se suman las bibliotecas comunitarias y privadas, que además de sostenerse con entrega y convicción, tienen que buscar fondos constantemente porque no reciben apoyo del Estado.
En este país no es que las bibliotecas estén vacías. Es que muchas ni siquiera están.
Los clubes de lectura con niñas y niños son escasos, el acompañamiento lector se improvisa y, mientras tanto, se multiplican los libros publicados sin una comunidad real de lectores que los sostenga.
1. Confundir el entusiasmo con el oficio
Publicar un libro infantil no convierte a nadie en escritor para la infancia. El entusiasmo es bienvenido, pero no reemplaza la formación, la lectura constante, el conocimiento del campo, ni la mirada profunda sobre las infancias.
Escribir para niñas y niños es una de las tareas más complejas que existen. No por la sencillez del lenguaje, sino por el respeto que exige. Por la capacidad de imaginar sin subestimar. Por el reto de narrar sin aleccionar.
2. Reducir la literatura a un estereotipo cultural
¿Otra historia del coquí? ¿Otra rima sobre la cotorra?
No es que nuestros símbolos estén mal, al contrario: hay mucho por explorar desde lo local. Pero cuando la literatura se convierte en folclor plano, en repetición sin alma, en cliché patriótico sin historia… deja de ser literatura. Y se vuelve fórmula.
Las niñas y los niños merecen mucho más que eso.
3. Creer que tener un mensaje basta
Muchos de los libros que llegan están llenos de buenas intenciones: promover valores, hablar de diversidad, enseñar emociones. Pero lo digo con toda la honestidad del mundo: una buena intención no salva un mal cuento.
Y muchas veces, ni siquiera hay cuento. Hay una moraleja disfrazada de diálogo forzado. Hay personajes sin profundidad. Hay ilustraciones que no dialogan con el texto, o peor: que lo repiten sin aportar nada.
4. Hablar de literatura infantil sin leer literatura infantil
¿Te ha pasado que te llega un libro “para niños” y no sabes si leerlo en voz alta, esconderlo o usarlo para armar un avión de papel?
El problema no es solo que se escriban libros sin rigor.
Es que se aplaudan, se recomienden y se vendan sin criterio.
Y si no leemos a quienes sí saben narrar a la infancia, ¿cómo esperamos escribir algo valioso?
No basta con tener una idea bonita. Hay que haber leído a autores como Maurice Sendak, Leo Lionni, Gianni Rodari, Christine Nöstlinger o Astrid Lindgren; seguir a escritoras como María Teresa Andruetto, Mariana Ruiz Johnson, Micaela Chirif o Ellen Duthie; y reconocer a quienes, como Mrinali Álvarez Astacio, han marcado el camino desde Puerto Rico con libros que dialogan de verdad con la infancia.
Porque si no leemos, ¿para quién estamos escribiendo?
Hay algo que atraviesa todo esto y no siempre se dice de frente: Estamos subestimando a la niñez.
Les damos libros con tramas planas, personajes que no evolucionan, finales sin tensión.
Como si la infancia no pudiera pensar, cuestionar, sentir con profundidad.
Pero narrar para la niñez no es simplificar. Es afinar. Es confiar en que sí pueden.
Y escribir desde ahí… exige mucho más.
Entonces, ¿qué necesitamos?
Menos libros. Más lectores.
Menos publicaciones improvisadas. Más formación.
Menos productos editoriales con fines de lucro. Más proyectos literarios con sentido.
Menos adultos que se creen autores. Más adultos que acompañen la lectura.
No se trata de cerrar puertas a quienes quieren escribir. Se trata de abrir los ojos sobre lo que significa hacerlo bien.
Y de eso va también mi trabajo: formar lectores para que no se conformen con cualquier libro. Para que aprendan a exigir más. Para que la lectura no se convierta en un producto, sino en una experiencia transformadora.
Desde Leo Leo Libros seguimos apostando por libros que sí acompañan. Por historias que abren preguntas. Por una curaduría que no responde al algoritmo, sino a una mirada sensible y crítica de la infancia.
Si estás buscando libros que de verdad formen lectores, este es tu espacio.
Y si estás pensando en escribir para niñas y niños… primero, te invito a leer mucho. A leer bien.
Porque la infancia merece más que libros bonitos.
Merece libros que les hagan crecer, pensar, reír, incomodarse, imaginar.
Y eso no se improvisa.
Comments (2)
Wow, ¡increíble mensaje! Se nota que viene desde lo más profundo de tu corazón.
Personalmente, no me considero escritora; no tengo ninguna formación literaria. Pero sí escribí un libro, y con la ayuda de una editora especializada en literatura infantil, creamos una historia con la intención de que los niños que viven con una madre o pariente con una condición crónica pudieran identificarse.
Aunque no tenía experiencia, logré encontrar a alguien que me guiara en un territorio completamente desconocido. Durante el proceso, estudié y leí muchos libros ilustrados que abordan condiciones crónicas, y observé cómo muchas veces se tratan de forma compleja o poco accesible para los más pequeños.
Mi libro no es perfecto, pero es un rayito de sol para esas familias que enfrentan situaciones crónicas de salud. Aunque es autopublicado, pasó por un proceso completo de desarrollo editorial, corrección de estilo, corrección de pruebas e ilustración profesional, con el fin de ofrecer una historia de calidad. Entiendo que, si uno siente el deseo de crear una historia, debe buscar ayuda para desarrollarla de la mejor manera posible, especialmente si no se tiene formación en esa área.
Y sí, entiendo la frustración de recibir libros que no presentan personajes complejos ni historias con capas que puedan resonar tanto en los niños como en los adultos. Historias que no solo entretengan, sino que transmitan una moraleja sutil, sin caer en un tono didáctico.
Wow, ¡increíble mensaje! Se nota que viene desde lo más profundo de tu corazón.
Personalmente, no me considero escritora; no tengo ninguna formación literaria. Pero sí escribí un libro, y con la ayuda de una editora especializada en literatura infantil, creamos una historia con la intención de que los niños que viven con una madre o pariente con una condición crónica pudieran identificarse.
Aunque no tenía experiencia, logré encontrar a alguien que me guiara en un territorio completamente desconocido. Durante el proceso, estudié y leí muchos libros ilustrados que abordan condiciones crónicas, y observé cómo muchas veces se tratan de forma compleja o poco accesible para los más pequeños.
Mi libro no es perfecto, pero es un rayito de sol para esas familias que enfrentan situaciones crónicas de salud. Aunque es autopublicado, pasó por un proceso completo de desarrollo editorial, corrección de estilo, corrección de pruebas e ilustración profesional, con el fin de ofrecer una historia de calidad. Entiendo que, si uno siente el deseo de crear una historia, debe buscar ayuda para desarrollarla de la mejor manera posible, especialmente si no se tiene formación en esa área.
Y sí, entiendo la frustración de recibir libros que no presentan personajes complejos ni historias con capas que puedan resonar tanto en los niños como en los adultos. Historias que no solo entretengan, sino que transmitan una moraleja sutil, sin caer en un tono didáctico.