Durante años, hemos cargado la lectura con una idea de seriedad mal entendida. Leer “en serio” se ha vinculado a la soledad, al silencio, a libros difíciles, largos, que alguien más considera importantes. Esa imagen, instalada sobre todo desde la escuela, ha reforzado una idea limitada y profundamente excluyente: que hay una única forma correcta de leer, y que todo lo demás es juego o pérdida de tiempo.
Pero ¿quién decide qué vale como lectura seria? ¿Por qué seguimos creyendo que solo lo complejo es valioso? ¿Y qué pasa con quienes leen de otras formas —en voz alta, en comunidad, desde el cuerpo, desde la escucha?
La autora Marion Brunet, galardonada este año con el Astrid Lindgren Memorial Award 2025, lo dijo sin rodeos durante su discurso de aceptación:
“We need to take children’s literature more seriously.”
(Necesitamos tomar la literatura infantil más en serio.)
Y es que tomar en serio la literatura infantil no es sólo defender su existencia, sino reconocer el valor estético, simbólico y cultural que tiene. Es admitir que hay libros para la infancia que conmueven, que cuestionan, que resisten. Que no todo lo infantil es liviano, ni todo lo ilustrado es menor.
Y entonces, cuando hablamos de leer en serio… ¿de qué estamos hablando?
Leer en serio es comprometerse con lo que se lee.
No se trata de leer más. Ni de leer solo clásicos.
Leer en serio es detenerse, es dejarse afectar, es releer una frase porque algo en ella se quedó vibrando adentro.
Es no tragarse todo lo que se dice en un libro, por más lindo que se vea. Es hacerse preguntas. Es no buscar solo la moraleja, sino mirar la forma en que está construido el texto.
Es tener criterio, y también sensibilidad.
Leer en serio no siempre empieza con los ojos.
Muchas personas comienzan a leer en serio antes de saber leer por sí mismas.
Escuchando cuentos. Repitiendo historias. Esperando con ansias que alguien les vuelva a narrar “el del monstruo”, “el del ratón”, “el de la niña que no se peinaba”.
La oralidad es parte de la experiencia lectora, aunque muchas veces la escuela no la reconozca así.
Michèle Petit, investigadora clave en temas de lectura y subjetividad, insiste en que para muchos, la lectura se inicia con la voz de otro. Esa voz —real, encarnada, afectiva— no es un “paso previo”: es lectura. Y es seria.
Leer en voz alta, narrar, escuchar… son formas potentes de leer. Especialmente para la infancia, pero también para los adultos que fuimos alejados de la lectura por exigencias que mataban el deseo.
Leer en serio es dejar de ver la lectura como herramienta y empezar a verla como relación.
Daniel Goldin, editor y pensador de la lectura como acto cultural, lo resume de forma clara:
“La lectura es una práctica de relación. Nos vincula con otras voces, con otras épocas, con otras experiencias, pero también con otros lectores.”
Una relación que se construye con tiempo, con afecto, con presencia. Una relación que cambia, que se rompe y se reencuentra. Y como toda relación importante, exige atención. No puede vivirse por encima ni desde la fórmula.
Formar lectores es, entonces, habilitar esa relación.
No basta con poner libros en las manos. No basta con animar a leer.
Hay que acompañar. Hay que leer juntos, en serio, sin solemnidad, pero con respeto. Hay que dejar de repetir que “los niños no leen”, y empezar a preguntarnos cómo estamos modelando la lectura.
¿La presentamos como castigo? ¿Como tarea? ¿Como algo que se hace solo para sacar buena nota? ¿O la sostenemos como un acto libre, placentero, profundo, compartido?
Leer en serio no es ser solemne.
Leer en serio es mirar a la lectura como una forma de vida.
Una práctica que nos conecta con los demás, con el lenguaje, con el mundo, con una misma.
Y que, si se cultiva bien, no se olvida nunca.
¿Y tú? ¿Cuándo empezaste a leer en serio? ¿Te acuerdas del momento en que un libro te cambió la forma de mirar?
Si acompañas procesos lectores, si educas, si crías, si compartes libros con otros… este tema te toca.
Y en Juguemos a Pensar lo exploramos juntas, sin fórmulas, sin solemnidad, pero en serio.
Comments (2)
La lectura también es antídoto contra la soledad y el aburrimiento que “sufren” tantos. Un buen libro nos acompaña, el autor, con su voz, nos acompaña, los personajes con sus aventuras y vivencias nos acompañan, el lenguaje que nos intriga con sus ambigüedades,… Estaremos solos pero nunca padeciendo de soledad, un mal que aqueja la juventud de ahora según muchos escritos. Como dices, “algo en ella se quedó vibrando adentro,” la misma lectura es acompañamiento.
Sobre la pregunta, ¿cuándo empezaste a leer en serio? te diré que tuve la dicha de criarme en NYC donde la red de bibliotecas públicas es impresionante. Todos éramos socios de la biblioteca del vecindario. Nadie compraba libros, uno los tomaba prestado, los devolvía, los cuidaba, los atesoraba—una cultura de lectura. Lamento que cada día hay menos bibliotecas en PR, para muchísimos, comprar libros es un lujo.
Siempre un gusto leerte!
Mi papá nos hacía cuentos graciosos de supuestas “aventuras” de él cuando vivía en el campo de Montebello en Manatí. En esos cuentos, aprendimos en parte, cómo era la vida en esa época.