Formar lectores no es enseñar a leer... ni censurar lo que incomoda

Formar lectores no es enseñar a leer... ni censurar lo que incomoda

Jul 01, 2025Mel Solorzano

Hay una confusión que aparece una y otra vez en las conversaciones sobre lectura, sobre todo cuando hablamos de niños y niñas. Pensamos que formar lectores es lo mismo que enseñar a leer: que sepan decodificar, que lean corrido, que comprendan lo que leen. Y claro, eso importa. Pero no es suficiente.

Formar lectores va mucho más allá. Tiene que ver con habilitar preguntas, compartir conversaciones, provocar pensamiento crítico y, sobre todo, acompañar el deseo lector. Y eso no se enseña con ejercicios de lectura en voz alta ni con planes lectores que le dicen a la infancia qué pensar.

Formar lectores es ayudarles a construir criterio. Es ofrecerles libros que expandan sus horizontes, no que los confirmen. Es exponerlos a historias que los conmuevan, los reten, los incomoden incluso. Porque crecer es eso: cuestionar, tambalearse, volver a mirar. Y también es saber que no hay una sola forma de ver el mundo, ni una sola historia que valga la pena leer.

Por eso no sorprende, pero sí preocupa, la decisión de la Corte Suprema de Estados Unidos en días recientes. El fallo permite que las familias retiren a sus hijos de clases que incluyan libros con contenido LGBTIQ+, respaldando el argumento de que los padres tienen derecho a proteger las creencias de sus hijos. Lo que se está decidiendo, en realidad, es si una historia puede ser vetada solo por incomodar.

No es la primera vez que ocurre. Ya hay distritos escolares en Estados Unidos con listas  de libros prohibidos. En Puerto Rico también hemos visto intentos de censura, disfrazados de “protección”. Y cada vez que eso pasa, la pregunta se vuelve urgente:

¿Quién decide lo que un niño puede leer?

Como dice María Teresa Andruetto, “la literatura no debe decirle a los niños qué pensar, sino ofrecerles un lugar donde pensar.”

La lectura no adoctrina: ofrece mundos posibles. Es el adulto quien teme lo que no puede controlar.

Y cuando ese miedo se convierte en política, el riesgo no es solo literario: es social.

Censurar libros no forma lectores. Forma obedientes. Inhabilita el pensamiento crítico y empobrece la experiencia lectora. Porque lo que no se nombra, lo que no se dice, también se aprende: se aprende que hay cosas que no se deben leer, ni decir, ni sentir.

📘 Recomendación de lectura:

Amy y la biblioteca secreta, de Alan Gratz (TakatuKa)

Cuando Amy va a buscar su libro favorito a la biblioteca de la escuela, se entera de que fue retirado por decisión de algunos padres. Día a día, más títulos desaparecen. Pero Amy y sus amigos se organizan: crean su propia biblioteca de libros censurados y resisten.

Una novela para lectores a partir de 9 años, ideal para abrir conversaciones sobre censura, libertad y criterio propio.

Formar lectores es eso: habilitar la conversación, no evitarla.

Curar no es censurar. Seleccionar con criterio no es lo mismo que vetar lo que incomoda. Y aunque todas hacemos una selección cuando acompañamos la lectura, hay una gran diferencia entre acompañar desde el criterio… y imponer desde el miedo.

💬 ¿Y tú?

¿Te has encontrado con un libro que no quisieras que un niño leyera?

¿Has sentido la tensión entre lo que incomoda y lo que protege?

¿Formamos lectores… o los protegemos de leer?

🎙️ ¿Este blog te dejó pensando?

Muy pronto vas a poder seguir la conversación en otro espacio.

Pendiente para más detalles. 



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Comments (1)

  • Como siempre, Mel, muy interesante e inquietante lo de la censura. Pienso que los padres tienen derecho de enseñarles sus valores y costumbres a sus hijos. Es lo natural, pero generalmente se convierte en repetición. Se repite la propia crianza sin pensarlo mucho. Los padres queremos inculcarle a nuestros hijos nuestras ideas para que sean como nosotros, reconocibles como hijos nuestros. El problema mayor, a mi parecer, es que el fundamento de la crianza es la obediencia. Algunas familiar más que otras se resisten al cambio y se arraigan en los discursos dominantes al confrontar el fluir inevitable de la vida que es fundamentalmente el cambio. La responsabilidad de la escuela pública es otra. A través de la alfabetización, la escuela enseña a pensar, cuestionar y discernir, como ya has dicho. El horizonte de l escuela rebasa el de la familia para abarcar la sociedad completa y hasta el mundo y el universo. Al ampliar el horizonte de los educandos, al llevarlos mas allá de la estrechez familiar, responde al colectivo y el colectivo son mucha gente y muchas posibilidades. Como complemento al insumo familiar, la escuela ofrece insumo currícular y, muy importante, insumo de los pares. Es un encuentro de distintos discursos familiares, distintas formas de ser, se abre posibilidades a través del diálogo y la lectura—más aún al contemplar el mundo y el universo. Eso le da miedo a los padres, no a los niños que, sobre todo, los mueva una curiosidad innata. La escuela está para servir a los niños y al colectivo a través del desarrollo intelectual/afectivo para formar ciudadanos competentes. Por eso pensar, cuestionar y discernir toma precedencia sobre obedecer en la escuela…tambien en la sociedad. Por supuesto, se necesita una conducta disciplinada para dialogar en colectivo, pero la disciplina de la escuela no lleva a obedecer sino a poder dialogar con respeto y a través de la conversación entender a otros y llegar a sus propios criterios que siempre se construyen desde la familiar, las experiencias propias y el escuchar y sopesar lo que dicen los demás (incluyendo las voces que leen). Creo que todos los padres se incomodan cuando los hijos empiezan a retarlos pero si la escuela enseña a dialogar con atención y respeto, llevarán estos hábitos a su hogar y tal vez puedan entenderse con sus padres—así educadores/criadores y educandos/criados se intercambian los roles sutilmente para el bien de todos. No se puede permitir la censura, incapacita a la escuela de cumplir con su labor. Gracias por la oportunidad de pensar contigo. Adelante, Mel, en tu labor a favor de los niños.

    Ada Haiman

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