En días recientes, una conversación vital sobre lectura empezó a circular en redes. Y tengo que confesar algo: me emociona. Porque en un escenario donde muchas veces el discurso se vuelve plano o funcional, que alguien traiga a discusión el rol de quienes acompañan la lectura —como hizo la autora e ilustradora Mrinali Álvarez Astacio— es una bocanada de aire fresco.
Y no es un debate menor. Es una conversación que necesitamos tener con seriedad y con deseo de ir más allá de lo obvio.
La lectura como destreza… y el lenguaje como necesidad vital
Leer, aunque hoy lo demos por sentado, es una destreza relativamente reciente en la historia humana. En cambio, la necesidad de contar, de narrar, de compartir historias nos ha acompañado desde siempre. Y esa diferencia es crucial.
Porque si la lectura es una destreza, entonces debe ser acompañada.
Pero si el lenguaje es anterior al libro —más vital, más orgánico, más humano—, entonces no podemos reducir la experiencia lectora a técnicas, a métodos, o a eventos bonitos que promueven “el amor por los libros”.
Mediar lectura no es hacer una actividad. Es sostener una conversación viva con el lenguaje.
Como plantea Pedro Munita, la mediación no es una técnica para hacer que alguien lea, sino un acto ético, estético y político que atraviesa nuestra relación con los otros y con los textos.
Promoción no es mediación (y no todo lo que entretiene deja huella)
Es importante decirlo con claridad: los promotores de lectura hacen un trabajo valiosísimo.
Muchas veces llegan a espacios donde no hay libros, ni acceso, ni conversación lectora, y logran abrir la puerta para que una historia haga clic.
Pero promover no es lo mismo que mediar. Animar no es acompañar. Entretener no es formar.
Y si vamos a hablar de formación lectora en un país que está criando niñas y niños analfabetas —y esos son facts—, entonces necesitamos diferenciar con precisión los roles, sus alcances, sus límites y su profundidad.
No todo promotor vende libros. Hay quienes leen en escuelas, bibliotecas y plazas, sin venderte un libro al final.
Pero también hay casos —como los que motivaron esta conversación pública— donde quienes promueven la lectura lo hacen como parte de una gira de ventas.
Y ahí es donde vale la pena detenernos.
El problema no es vender. El problema es decir que estás formando lectores… cuando lo que estás haciendo es promover un producto.
Se pueden hacer ambas cosas, claro que sí. Pero hay que nombrarlas por su nombre.
Porque cuando confundimos promoción con mediación, corremos el riesgo de reducir la lectura a un mecanismo de consumo, y no a un proceso vivo, sensible y transformador.
No se forma por escribir un libro
Hay autores que escriben, narran, y luego acompañan lecturas con sensibilidad y conciencia.
Nadie lo ha hecho con la maestría —al menos a nivel local— con la que lo hace Tere Marichal.
Su capacidad para crear diálogo, sostener una historia y leer desde la escucha es un ejemplo claro de lo que significa mediar desde el compromiso ético y artístico.
Pero esa mediación no ocurre automáticamente por haber escrito un libro.
Sucede cuando se acompaña un proceso lector. Cuando se respeta la experiencia del lector. Cuando se entiende que el texto tiene que sostenerse por sí mismo.
Leer no es un acto individual
Incluso cuando leemos en silencio, leer sigue siendo una conversación: entre el texto y quien lo lee, entre lo escrito y lo vivido, entre la historia y el mundo que habitamos.
La figura del mediador de lectura no está ahí para enseñar a leer como se enseña a montar bicicleta.
Está para acompañar. Para leer con otros. Para abrir preguntas. Para quedarse. Y a veces lo hace con un libro en la mano. Y otras veces sin él.
Porque aunque el libro es una herramienta maravillosa, el corazón de la mediación no es el objeto, sino la experiencia que se genera a través de él.
Nombrar las cosas con claridad
Esto es un llamado a pensar con responsabilidad, a nombrar con precisión, a actuar con conciencia.
Porque si no diferenciamos entre promoción y mediación, seguiremos llamando formación a lo que es consumo, y seguiremos esperando resultados profundos a partir de intervenciones superficiales.
No todo lo que promueve lectura forma lectores. No todo lo que entretiene deja huella.
Pero las historias que se comparten con cuidado, esas sí: nos transforman, nos sostienen…y nos hacen comunidad.
Comments (1)
Siempre un gusto leerte, Mel. Quisiera apoyar lo que dices subrayando la necesidad de escuchar atentamente a los niños para percatarse de sus inquietudes y ayudarlos a darle voz a las mismas. Cuando se logra darle la confianza de expresar su interpretación del cuento y su protagonista e ir más allá a contemplar cómo el libro informa la vida del lector y por qué es relevante al mundo en que vivimos se abre una conversación más profunda que lleva a pensar más ámpliamente (out of the box) y podría ser transformadora. Las destrezas de saber los detalles del cuento: quién, qué, cuándo, dónde son importantes como base para pasar al cómo y al por qué, ahí esta la comprensión y la conversación. En el cómo y el por qué requiere reflexión y contemplación de posibilidades, lamentablemente la escuela muchas veces se queda en las destrezas sin pasar a la comprensión a través de un diálogo abierto.